miércoles, 16 de junio de 2010

Decepción

Se levantó con parsimonia. Acababa de despertar y aún no distinguía entre la realidad y el sueño. Cuando abrió los ojos por completo, se dio cuenta de que no había sido una pesadilla.
Se fue hacia el cuarto de baño y tomó una ducha fría, el sol entraba en la habitación desde hacía tres horas, y eran solo las 10. Demasiado pronto para levantarse un domingo. Salió de la ducha y sin usar la toalla, casi estaba seco, se sentó en la cama frente a la ventana, y absorto, se echó hacia atrás. Durante un periodo de más de 20 minutos, se batió con la tristeza y con el recuerdo de esa llamada telefónica. - Ella entrará en la Iglesia en menos de dos horas - pensó.
Menos de lo que duró su conversación con ella. Su última conversación.
Había ido a una fiesta que organizaban unos amigos, tratando de olvidar el evento que iba a suceder.
Dejó el teléfono en el coche, porque sabía que ella llamaría. A ratos, sentía la tentación de ir a mirarlo. Pero durante todo el día consiguió vencerla.
La fiesta no estuvo mal, todo el día comiendo y bebiendo y bromeando con los amigos de la adolescencia, aquella época en que nada era tan grave como para preocuparse.
Al final de la fiesta solo quedaban los dueños de la casa y los tres solteros que habían ido. Una chica, otro chico y él. Si jugaba bien sus cartas podía no pasar la noche solo, y así pensar menos en el fatídico acontecimiento. Pero por las incongruencias de nuestras vidas, prefería pasar la noche solo. Lo que en otro día habría sido todo un ritual de cortejo entre dos machos y una hembra, esta vez se diluyó para convertirse en el acoso y derribo de la presa por solo uno de los contendientes. Eduardo decidió dar por perdida la contienda, antes siquiera de empezarla.
- ¡No te vayas!- dijo la chica, y su amigo lo miró asintiendo.
- Estoy cansado - replicó él.
Se fue hacia el coche y cabizbajo no sabía donde perderse. Era cerca de la una de la madrugada. Se sentó en el coche y arrancó. Puso la música a gran volumen, no quería darse la oportunidad de pensar. Y sin pensar, su coche tomó la dirección de la playa. En menos de una hora llegó a la playa. Salió del coche y caminó hasta la arena. Se sentó y miles de recuerdos, de palabras y de imágenes recorrían su cerebro a toda velocidad, todas con un único nexo: Ella.
¿Cómo alguien se había podido meter tan adentro? ¿Cómo alguien que no le había tratado bien pudo enredarse en su alma? ¿Qué iba a hacer ahora para olvidarla? Ojalá fuera tan fácil borrar la memoria propia como la de un ordenador.
Se puso en pie, y mirando al mar, procuró vaciar su alma llorando. Pero las lágrimas no le salían. Quizás no merecía la pena. Quizás se habían agotado.
De repente, sintió la necesidad de correr hacia el agua, se quitó la camiseta y la tiró a la arena, los zapatos y el pantalón, y justo antes de entrar al agua arrojó los calzoncillos al suelo. Se lanzó de cabeza contra las olas, y el color plateado del mar transformó el desconsuelo en esperanza, la rabia en pasión y la tristeza en entusiasmo. Empezó a nadar en la oscuridad, mas y mas adentro. Durante un buen rato, sus brazadas y patadas sonaban, rítmicas y poderosas, fuera del agua. A pesar de ser sábado, y estar en el comienzo del verano no había mucha gente en la playa, solo alguna pareja concentrada en otros quehaceres. Salió del agua corriendo y gritando, liberando mucha de la tensión acumulada. Y cuando sus jadeos fueron mas fuertes que el de las parejas a su alrededor, se tiró en la arena y trató de recuperar la respiración. Mientras, comenzó el llanto traicionero que había arrinconado en el fondo del corazón hasta ese instante. Rebozado en arena, fue recogiendo la ropa, mientras lloraba como un niño pequeño que quiere ocultar su llanto pero no lo consigue. Se sacudió la arena y al mismo tiempo el llanto y se vistió. Se dirigió hacia el coche y de pronto se acordó del teléfono. Con paso ligero, quería llegar al coche rápido, pero al mismo tiempo marcando el tempo, se fue acercando al coche porque no quería ver el teléfono. Se sentó, respiró hondo y sacó el teléfono de la guantera. No había ninguna llamada. Entre aliviado y decepcionado, arrancó el coche y volvió a su casa. Como a la ida, la música a todo volumen ayudaba a evitar malos pensamientos.
Entró en casa y se fue directamente a la ducha. Cuando terminó se echó desnudo en la cama, cansado, eran las 3 de la madrugada.
Unos segundos después sonó el teléfono. Ring ring.
- ¡Hola!- dijo una apagada voz femenina.
- ¡Voy a quererte siempre! - concluyó tres horas después la misma voz.

Por Luis Marin

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