jueves, 6 de enero de 2011

El retorno y por desgracia no era el del Jedi.

Tras siete días de fiesta y ver amigos y familia. Los dos últimos días los he dedicado a descansar. La tristeza se apodera de pensamientos y aunque está bien volver a ver Edmonton y a mis compañeros de aventura, me puede la nostalgia.
De todos modos me entristece mucho dejar a mi familia, y perderme la noche de Reyes que me parece la más bonita del año.
El miércoles me levanto temprano cuando empiezo a guardar todo: No puede ser, el carnet de conducir ha desaparecido. Estuve conduciendo por toda una semana sin él, y maldita la hora en la que decidí cogerlo por si me paraban en algún control.
Busco como un loco, por mi casa, por la de mis padres, por la mía de nuevo. Nada, y tengo que comprar o alquilar un coche en Edmonton. Esto es increíble. Se me ocurre que puedo ir a una agencia donde te gestionan la renovación y eso hago. Imposible, allí solo gestionan las renovaciones, no las perdidas. Me aconsejan ir a tráfico, pero no tengo fotos para solicitarlo. Voy a casa y por el camino pienso que “What the hell…” con el internacional, que dejé a propósito en Edmonton por si ocurría esto, es suficiente.
Mientras pienso esto, Carolina me llama y me dice que sus maletas han llegado. La mía ya estaba en el aeropuerto, pero dudo que lleguen antes de que me vaya a Madrid.
Cuando llego a casa, mi padre me dice que me acompaña a tráfico, y el espera en el coche para que no tenga que buscar aparcamiento. Cuando llego a tráfico, la cola, solo para información es enorme. 10 minutos después, he pagado 20 euros y tengo que esperar por más de 35 números. Me sorprende que a pesar de haber solo dos ventanillas atendiendo los números pasan muy rápidos. De repente solo una ventanilla comienza a atender y se ralentiza la cosa. Y ya son más de la una. Al final, llego a la ventanilla a la una y media y me dan un cartón con el que puedo conducir por España, pero no por el extranjero. He perdido el tiempo para nada, pues resulta que ese cartón no lo voy a usar y que el carnet internacional ya lo tengo en Edmonton. Al final, todo a la carrera, empaqueto las pocas cosas que me iba a llevar, pero ya sin prestar atención a lo que llevo. Al final, no he podido disfrutar los últimos minutos con mis padres.
Mi padre me lleva al ave y allí me despido, la peli ya la he visto y se hace eterna la llegada a Madrid. Carolina no ha llegado aún a la estación. Así que no me puede recoger. Cuando llega vamos a dejar las cosas y a tomarnos algo con sus amigos, que parecen bastante simpáticos.
Al día siguiente supertemprano al aeropuerto, con mi maleta aún por llegar a Sevilla. El primer y segundo vuelo salen puntuales. El segundo llega con un poco de retraso. Tras más de tres películas y sin apenas haber abandonado el asiento. Llegamos a Calgary. Corre y pasa los controles, recupera la maleta, si hay suerte, pasa aduanas, deja la maleta de nuevo y ve a la sala de embarque de un aeropuerto que no conoces. Todo a la carrera. Justo al llegar, desaparece de las pantallas nuestro vuelo a Edmonton. Dos horas esperando es demasiado, aunque peor fue lo de Frankfort. Hablo con mis padres un poco, usando el teléfono de Carolina, el mío para completar el día se terminó de estropear ayer. Mis padres, imagino que por la hora, los pillo dormidos, me hacen preguntas un poco absurdas después de saber que ya estoy en Canadá y que aún nos queda otro vuelo.
Cuando por fin, anuncian nuestro vuelo, “My God…” esto no es un avión, es un autobús, 12 filas de 4 pasajeros. Es un avión de hélice. Al principio acojona, pero luego vas tan cansado que te da igual el avión y que hasta haga frio en él.
Al llegar a Edmonton, nos recogen y a casa. La verdad, es que había sido un día muy duro mentalmente, tan pronto estaba de bajón como de subidón. Una vez en casa, a dormir sin cenar y a echar de menos Sevilla otra vez.

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