Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado, tanto que llegó a pensar que había nacido con ese hándicap. Cómo sus palabras se quedaban flotando en el aire sin que nadie las escuchara, no sé percató nunca de que había perdido el habla.
Al principio, olvidaba algunas palabras de la frase, luego olvidó como componer oraciones, y solo emitía palabras sueltas, muchas veces inconexas.
Poco a poco fue perdiendo el interés y la facultad para hablar.
Sin embargo, en su cabeza había millones de historias, unas sombrías, otras amarillas y rosas. También las había coloridas y brillantes y todas estaban esperando poder salir. Más, ya, no había prisa. Llegaría el momento en que saldrían de un modo u otro, en papel, o en susurro, a gritos o con calma.